En la incertidumbre estaba.
No sabía si el día de mañana llegaría, talvez fuera mi
mente creando planes antes de realmente estar lista para lo que estaba por
venir.
Pero era la incertidumbre y la inseguridad que reflejaban
de tus ojos al mirarme, además de un amor que nunca había presenciado con
tremenda fuerza con la capacidad de mover nuestros huesos al más allá.
Atrapada en un agujero que no llegaba a cubrir mis hombros.
“Todavía hay tiempo”, me decía la voz en mi cabeza,
todavía puedes salir antes que te entierren con palabras y promesas falsas,
antes que la mentira corrompa tu alma de una manera que no podrás volver a lo
que era antes.
Miré para arriba: el cielo tan azul y plácido, como lo
nuestro debería haber sido.
Miré para abajo: la tierra oscura y misteriosa, ¿qué
había por debajo de todas las capas que hacían parte de tu mente? ¿Qué escondía
por debajo de todo aquél tono marrón?
De repente me veo sucia, impregnada por tus palabras
que ahora ya no sé si son verdad. El gran castillo, que me había armado,
empieza a caerse pieza por pieza sobre mi cabeza, lastimando cada parte del
cuento de hadas imperfecto que nunca existió.
Las lágrimas saladas rellenan el río, para que la
gente pruebe el amargo dulzor de aquello que una vez fuimos. Las risas se
convierten en una música clásica odiosa que no llega al corazón, el dar de
manos insoportable al pensar por dónde más habían pasado, el calor que había derretido
todo el hielo de mi pecho ahora se convierte en el frío que reconstruye la gran
fortaleza con el doble de fuerza de antes.
Si tú no lo sabes, yo tampoco. La certeza que tenía se
escapa por mi boca en palabras dudosas y de desesperanza. ¿Qué quiero yo? ¿Qué
quieres tú?
Yo me preguntaba una y otra vez “¿cuántas veces había
tocado la oscuridad luego después de hablarme?”, “¿cuántas veces me miraste a
los ojos pensando en ella?”, “cómo te dejaste llevar por esa masa tan oscura
que hizo parte de tu vida?”. Yo estaba tan perdida como tú lo estabas.
Después de todo lo que pasó, encuentro una cadena de
hierro alrededor de nuestros cuellos desnudos, una cadena que ahora me la
pusiste tú. Te miro a los ojos y luego pongo la llave en el cierre, la abro ni
un poco segura de que quiero hacerlo y luego la tengo en mis manos, esperando
que el día en que la suelte nunca llegue, pero sabiendo que mis dedos débiles
no podrán aguantar por mucho tiempo si tú sigues dándole golpes fuertes.